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domingo, 2 de septiembre de 2012

Luis de Camoens. Paráfrasis del Salmo CXXXVI

Luís Vaz de Camões o Camoens
(Lisboa,c. 1524 — Lisboa, 10 de junio de 1580)

Paráfrasis del salmo CXXXVI
Super flumina babilonis, etc.

 Sobre los ríos que van
 Por Babilonia, me hallé,
 Donde sentado lloré
 Por los que en Sïón están
 Y por cuanto allí pasé.
 Allí un río permanente
 Mis ojos han destilado,
 Y despacio he comparado
 Babilonia al mal presente,
 Sïón al tiempo pasado.

Los contentos precedentes
 A mi alma se presentaran,
 Y los objetos ausentes
 Se me hicieron tan presentes
 Como si nunca pasaran.
 Cual si hubiera despertado
 Vi, y lloré lleno de horror,
 Este sueño imaginado:
 Vi que todo bien pasado
 No es gusto, sino dolor.

 Yo vi que todos los daños
 Nacían de las mudanzas,
 Las mudanzas de los años;
 Vi cuán enormes engaños
 Producen las esperanzas.
 Vi que lo que más conviene
 Poquísimo tiempo dura;
 Vi cuán aprisa el mal viene,
 Vi cuán triste estado tiene
 Quien se fía de ventura.

 Vi que el bien más especial
 Nunca se aprecia mejor
 Que cuando el mal es mayor;
 Vi al bien suceder el mal
 Y al mal lo que es mucho peor.
 Vi con notable trabajo
 Comprar arrepentimiento;
 Vi que nadie está contento,
 Y a mí me vi cabizbajo
 Dando mil quejas al viento.

 Un río es el recio llanto
 Con que baño este papel;
 Parece cosa bien crüel
 Verme en medio del espanto
 Y confusión de Babel.
 Como hombre que para ejemplo
 Del peligro en que se halló,
 Cuando la guerra dejó
 En las paredes del templo
 Todas sus armas colgó;

 Así después que observé
 Que el tiempo todo lo acaba,
 Tan afligido quedé,
 Que en los árboles colgué
 La flauta con que cantaba.
 Colgué la flauta, que leda
 Hizo mi vida pasada,
 Diciendo: «Música amada,
 Déjoos en esta arboleda
 En memoria consagrada.

 »¡Flauta mía, que tañendo
 Los montes hacíais ir
 Adonde estabais, corriendo,
 Y el agua que se iba huyendo
 Volvías a hacer subir:
 Ya nunca os escucharán
 Los tigres que se amansaban,
 Y las reses que pastaban
 De las hierbas se hartarán
 Que por otros dejaban.

 »Ni en rosas tan dulcemente
 Transformaréis los abrojos
 En el prado floreciente,
 Ni detendréis la corriente,
 Y más si es la de mis ojos.
 No moveréis la espesura,
 Ni podréis atrás volver
 La fuente corriente y pura,
 Pues no pudisteis mover
 El rigor de mi ventura.

 »Os quedaréis ofrecida
 A la fama, flauta bella!
 ¡Flauta de mí tan querida!
 Pues mudándose la vida
 Se mudan los gustos de ella.
 Hay para la mocedad
 Sus gustos acomodados;
 Luego en la mayor edad
 Se siente la vanidad
 De los placeres pasados.

 »El placer que ahora se alcanza,
 Mañana ya no lo veo:
 Así nos trae la mudanza,
 De esperanza en esperanza
 Y de deseo en deseo.
 Mas en vida tan escasa
 ¿Qué esperanza será fuerte?
 ¡Flaqueza de humana suerte!
 ¡Cuanto de la vida pasa
 Nos va acercando a la muerte!

 »Mas quede en esta espesura
 El canto de mocedad,
 Porque la gente futura
 No crea obra de la edad
 Lo que es fuerza de ventura.
 Que ni el tiempo, ni el espanto
 De ver cuán ligero pase,
 Nunca en mí pudieron tanto,
 Que aunque interrumpiese el canto,
 La causa también dejase.

 »Mas en tristeza, en enojos,
 En gusto, en contentamiento,
 En sol, en nieve y en viento,
 Tendré presente a mis ojos
 Por quien muero tan contento.»
 Así la flauta dejaba,
 Despojo de mí querido,
 En el sauce que allí estaba,
 Que por trofeo quedaba
 De quien me había vencido.

 Pero la antigua pasión
 Que esclavo me conservaba,
 Me preguntó a la sazón
 Dónde la música estaba
 Que yo cantaba en Sïón;
 Y en qué paró aquel cantar
 Del mundo tan celebrado;
 Por qué lo dejé de usar,
 Pues siempre ayuda a pasar
 Cualquier trabajo pesado.

Canta el caminante ledo
 Por el camino fragoso,
 Armándose de denuedo;
 Y de noche, el temeroso
 Cantando refrena el miedo:
 Canta el preso dulcemente,
 Los duros grillos tocando:
 Canta el segador ardiente;
 Y el trabajador cantando
 Menos el trabajo siente.

Yo que estas cosas sentí
 En mi alma de dolor llena,
 «¿Cómo dirá -respondí-
 Quien ajeno está de sí
 Dulce canto en tierra ajena?
 ¿Cómo ha de poder cantar
 Quien con llanto baña el pecho?
 Y si el que ha de trabajar
 Canta por no se cansar,
 El descanso yo desecho.

»Pues no sería razón
 Que por mucho que penase,
 Para ablandar la pasión,
 En Babilonia cantase
 Los cánticos de Sïón.
 Y así aun cuando la esperanza
 De mi corazón quebrante
 Esta vital fortaleza,
 Moriré antes de tristeza
 Que por mitigarla cante.

 »Que si el fino pensamiento
 En la tristeza consiste,
 No tengo miedo al tormento;
 Pues morir de puro triste
 Será mi mayor contento.
 Ni en la flauta cantaré
 De mis trabajos la suma,
 Ni menos la escribiré;
 Pues se cansará la pluma,
 Y yo no descansaré.

Que si una tan corta vida
 Se acrecienta en tierra extraña
 Sin que el amor se lo impida,
 No debe pluma atrevida
 Escribir pena tamaña.
 Pero si para explicar
 Lo que siente el corazón
 La pluma se ha de cansar,
 No se canse de volar
 La memoria hacia Sïón.

»¡Tierra bienaventurada!
 Si por yerro o por descuido
 De mi alma eres apartada,
 Quede mi pluma entregada
 A duro y perpetuo olvido.
 La pena de este destierro,
 Que quiero ver esculpida
 En piedra o en duro hierro,
 Esa nunca será oída,
 En castigo de mi yerro.

 »Y si yo cantar quisiere
 En Babilonia sujeto,
 En tanto que no te viere,
 Cuando la lengua moviere
 Quede mi voz sin efeto.
 Al paladar se me pegue
 La lengua, pues te perdí,
 Si mientras viviere así
 Llega un día en que te niegue,
 O en que me olvide de ti.

»A aquella patria de gloria,
 De luz, de magnificencia,
 Es a do aspira mi esencia;
 Pues si no está en mi memoria,
 Está en mi reminiscencia.
 Que aunque es de saber escasa
 Nuestra alma, si la ilumina
 Dios con celeste doctrina,
 Se eleva desde su casa
 Hasta la patria divina.

»No es, pues, de la falsedad
 De la tierra de do vienes,
 Alma mía; pues provienes
 De aquella santa ciudad
 Do se hallan todos los bienes.
 Y aquella humana figura
 Que aquí me puede alterar,
 No es lo que se ha de buscar:
 Es rayo de la hermosura
 Que sólo se debe amar.

»Los bienes que el mundo crea,
 Y con que al hombre entretiene
 Sin que su desdicha vea,
 Son sombra de aquella idea
 Que en Dios ser perfecto tiene.
 Los que a mí me cautivaron
 Son poderosos afetos,
 Que nos mantienen sujetos:
 Sofistas que me enseñaron
 Caminos malos por retos.

»De éstos el mando tirano
 Me obliga con desatino
 A cantar con son profano
 Cantares de amor humano,
 Por versos de amor divino.
 Mas viendo yo el rayo santo
 En la tierra de dolor,
 De confusión y de espanto,
 ¿Cómo he de cantar el canto
 Debido sólo al Señor?

 »De la gracia el beneficio
 Me da perfecta salud;
 Y es tanta su rectitud,
 Que aun en lo que hice por vicio
 Me inclina hacia la virtud:
 Y aun este amor natural
 Me hace subir con presteza
 De la sombra a lo real,
 De la individual belleza
 A la que es universal.

 »Y así quédese colgada
 La flauta con que tañí,
 Y venga ¡oh ciudad sagrada!
 Esa otra lira dorada,
 Por cantar sólo de ti.
 No cautivo y aherrojado
 En la ciudad infernal;
 Mas del vicio desatado,
 Y de esta tierra llevado
 A mi patria natural.

 »Si mi cerviz humillare
 A mundanos accidentes,
 Duros, tiranos, urgentes,
 Bórrese cuanto yo obrare
 Del libro de los vivientes
 Tomando sin dilación
 La lira santa, y capaz
 De más sublime invención.
 Cállese esta confusión,
 Cántese visión de paz.

»Óigame mi Rey querido;
 Resuene este acento santo;
 Muévase el mundo de espanto,
 Pues del mal que me han oído
 La palinodia ya canto.
 A vos sólo me quiero ir,
 ¡Oh capitán soberano
 De Sïón que busco en vano!
 Pues no puedo allá subir
 Si vos no me dais la mano.

 »En el día singular
 Que en la lira el docto son
 De Sïón se ha de entonar,
 No dejéis de castigar
 Los ruines hijos de Edón.
 Y a los que tiñen sus manos
 Con sangre del inocente,
 Soberbios, locos y vanos,
 Destruidlos igualmente,
 Conozcan que son humanos.

 »Abatid el poder duro
 De afectos desordenados,
 Que contra mí conjurados
 De mi libertad el muro
 Rompieron al fin osados;
 Que alzando la voz furiosos,
 Se preparan a escalarme;
 Espritos malos, dañosos,
 Que pretenden animosos
 De la virtud derribarme.

Destruidlos, pues, mi Dios,
 Humillad sus duros cuellos,
 Porque no podemos nos
 Ni con ellos ir a vos,
 Ni sin vos librarme de ellos.
 No es bastante mi flaqueza
 Para darme defensión,
 Si vos, ilustre Patrón,
 En esta mi fortaleza
 No pusiereis guarnición.

»Y tú, carne, que me encantas,
 Hija de Babel, tan fea,
 De tantos pecados rea;
 Que mil veces te levantas
 Contra quien te señorea:
 Feliz sólo puede ser
 El que con Dios te resiste
 Y te consigue vencer,
 Y por fin te llega a hacer
 Todo el mal que tú le hiciste.

»Quien con disciplina cruda
 Se castiga y se macera;
 Quien del vicio se desnuda,
 Y vuelve a su carne ruda
 El mal que ella al alma hiciera.
 Es dichoso quien tomare
 Sus pensamientos recientes,
 Y al nacer los sofocare,
 Y con esto se librare
 De vicios graves y urgentes.

 »Quien con celo religioso
 Contra alguna peña dura
 Los estrelle fervoroso,
 Y haga de acto tan piadoso
 La fuente de su ventura:
 Y luego cuando imagina
 Los vicios que el cuerpo da,
 Los pensamientos declina
 A aquella carne divina
 Que en la cruz estuvo ya.

 »Quien del vil contentamiento
 De aqueste mundo visible,
 En cuanto al hombre es posible,
 Levanta el entendimiento
 Hacia el mundo inteligible,
 Para que de allí reciba
 La satisfacción completa
 Que sólo viene de arriba,
 Y ni es por poca imperfecta,
 Ni sacia por excesiva.

»Allí verá tan profundo
 Misterio en la suma alteza,
 Que a toda humana grandeza
 Y al mayor fausto del mundo
 Lo tendrá por gran bajeza.
 ¡Oh tú, divino aposento,
 Patria mía singular!
 Si sólo el te imaginar
 Exalta el entendimiento,
 ¡Qué hará el llegarte a gozar!

 »¡Feliz quien pueda partir
 Hacia ti, tierra excelente,
 Tan justo y tan penitente,
 Que cuando ahí llegue a subir,
 Descanse perpetuamente!»


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